Vivimos en tiempos de un mundo muy convulsionado y dividido por diferentes circunstancias. El poder ocupa un lugar destacado dentro de la escena central en la vida de la gente, hay una disputa continua del mismo y esto excede la cuestión de nacionalidad, clase social y edad. ¿Pero, qué es verdaderamente el poder?
Durante un seminario que tomé hace muchos años, el disertante, con ojos pícaros, nos preguntaba a los asistentes quién era más poderoso: ¿Bill Gates o la Madre Teresa de Calcuta? Muchos, ingenuamente respondían sin dudar, Bill Gates y no se cuestionaban el poder que tenía esta mujer.
Mientras el expositor hablaba como un erudito en la materia, nos recordaba el enorme poder que tenía la Madre Teresa, quien obtenía absolutamente todo lo que se proponía. En una reflexión, nos pedía que lo acompañásemos en lo que era la vida de la Madre Teresa, mientras aludía a los ciclos de visitas por todo el mundo, que realizaba a los más humildes de la Tierra. Era absolutamente increíble ver cómo obtenía todo lo que necesitaba para su misión. Al país que llegaba, le otorgaban prácticamente el rango de un presidente de Estado, ya que se le facilitaba el transporte, dinero, custodia, regalos de todo tipo. Ella lo tenía todo, piensen por ejemplo, en el tema del amor. Tenía el amor más puro que alguien puede sentir en este mundo, ya que era el Amor de Dios. Pensar que era tan rica, que lo tenía todo, y vivía solamente por el don del servicio que hacía a la identidad de su propia existencia.
Tanto me sorprendió este recorrido, que al recordar este tema me puse a seguir las huellas etimológicas de la palabra poder y me encontré con que viene de “posse”. Posse significa en latín “poder, ser capaz de, ser posible, tener una potestad”. Este verbo se forma con una contracción de un viejo adverbio con el verbo “esse” que significa “ser, estar, existir”
Como vemos, el poder tiene que ver con el quehacer diario que genera nuestra propia identidad. A partir de esta idea, me cuestionaba qué pasaba con los pacientes enfermos, en la clínica diaria, ya que perdían por una u otra cuestión su propio poder.
Son muchas las razones por las cuales una persona pierde su poder, pero hay una en especial que ronda mi cabeza ya que la he visto muchas veces en pacientes enfermos y es lo que defino como una dificultad mayúscula: la dificultad de no saber decir que no, a algo o a alguien. El hecho de que una persona sepa decir que no implica muchas veces que se está diciendo que sí a sí misma.
Otra cosa que reduce o nos priva de nuestro poder es dejar de lado nuestro potencial creativo, aquel que todos tenemos dentro nuestro y que por algunas razones, muchas veces lo olvidamos o no lo hemos podido desarrollar. Es bien sabido que la dignidad del ser humano la obtiene a partir del trabajo, pero no es menos cierto que cuando se aplica a este lo creativo, el individuo adquiere su identidad, tan peculiar, diría semejante a una huella dactilar.
Uno puede aspirar a emular a Bill Gates o a la Madre Teresa, pero el cuestionamiento de uno debe pasar por preguntarse a quién le entregó su poder, ya que el verdadero secreto de tener el poder significa saber decir que no por un lado, y el desarrollo de nuestro potencial creativo por otro. La esencia más profunda del poder es el amor, es lo que garantiza al sujeto una dimensión de la existencia de lo humano con-sentido.