Vivimos en la era de las identidades dinámicas y esto es un poco
complicado de comprender. Para ir entrando en tema, lo primero a considerar es la definición de la palabra identidad: “Es el conjunto de los rasgos propios de un individuo o de una comunidad”. Estos rasgos caracterizan al sujeto o a la comunidad frente a los demás. Además es la conciencia que una persona tiene de ella misma y que la convierte en alguien distinta de los demás. Aunque muchos de los rasgos que forman la identidad son hereditarios o innatos, el entorno ejerce influencia en la conformación de la especificidad de cada sujeto. Por eso puede decirse que una persona busca su identidad o expresiones similares.
¿Por qué dinámica? Porque hay fuerzas que producen movimientos y maneras de agruparse y reagruparse, que generan cambios internos y externos en los individuos.
Pensemos en cómo internet puede generar formas de revitalizar tradiciones; por ejemplo, a través de la conexión entre personas de colectividades que estaban en lugares geográficos separados y que ahora pueden encontrarse y reflotar sus historia en común.
Pensaba en los grandes movimientos migratorios que se producían antaño, durante las guerras. Hoy, la web los reproduce con instantaneidad de imagen y presencia. Son nuevos modos de presencia de gran intensidad, inclusive dinámica e inmediata. Cuando Spinoza hablaba de la presencia, nos transmitía que la esencia es la potencia. Entonces, no hay algo que uno es en abstracto, sino algo que uno es aquí y ahora, que no se corresponde con ningún arquetipo ideal. Por lo tanto, el ser es devenir. No hay ninguna contradicción en ello si partimos de una perspectiva vincular y dinámica y no de una concepción ideal y estática.
Si bien es cierto que las identidades dinámicas permiten un crecimiento exponencial en cuanto a lo evolutivo y cultural afectivo, a pesar de todas las críticas que sufre el modelo, no es menos cierto que los médicos nos topamos cada vez más, con dificultades para reconocer lo genuino de la identidad del paciente.
Me meto con este tema, ya que cuando hay una enfermedad en una persona, hay un yo herido, una pérdida del poder que nos aporta esta identidad propia y a veces prestada, a veces colectiva, fusionadas e indiscriminadas, que parecerían ser parte de una identidad dinámica. Entonces, el trabajo que se le presenta al médico en la actualidad, para poder colaborar con la restauración de la salud de un paciente, es casi una labor arqueológica.
Es por lo expuesto que en la era de las identidades dinámicas lo terapéutico es reconocer esa primera huella, y nuestro verdadero trabajo es ubicarla en aquel lugar donde alguna vez quedó excluida.