Nuestra situación en la tierra parece extraña. Cada uno de nosotros aparece aquí involuntariamente y sin ser invitado para permanecer durante poco tiempo y sin saber los porqués ni las causas. En nuestra vida diaria sentimos que el hombre está aquí para los demás, para aquellos a quien queremos y para los que sus destinos están conectados con nosotros.
Me preocupa a menudo la idea de que mi vida está basada en gran parte en el trabajo de mis seres queridos y soy consciente de mi gran deuda con ellos.
No creo en la libertad de la voluntad. Las palabras de Schopenhauer: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede determinar su voluntad” me acompañan en todas las situaciones de mi vida y me reconcilia con los actos de los otros, aunque me sean dolorosos.
Esta conciencia de la falta de libertad de la voluntad me preserva de tomarme muy en serio a mí mismo y a mis seres queridos como individuos con capacidad de decisión y acción y también me preserva de perder el control.
Nunca deseé la opulencia ni el lujo, incluso los desprecio. Mi pasión por la justicia social me ha llevado a veces a conflictos con otras personas, asimismo como mi aversión hacia cualquier obligación y dependencia, las que no considero como algo absolutamente necesario.
Tengo en alta consideración al individuo y una insuperable aversión por la violencia.
Todos estos motivos me han convertido en antimilitarista y un pacifista apasionado.
Estoy en contra de cualquier nacionalismo, incluso en forma de mero patriotismo.
Los privilegios basados en la posición y la propiedad siempre me han parecido injustos y perniciosos, al igual que cualquier culto exagerado a la personalidad.
Me adhiero al ideal de democracia, aunque conozco bien las flaquezas de las formas de gobierno democrático.
He tenido siempre la igualdad social y la protección económica del individuo como las metas comunales del estado.
Aunque en mi vida diaria soy un solitario típico, mi consciencia de pertenecer a la comunidad invisible de aquellos que luchan por la verdad, la belleza y la justicia me ha preservado de sentirme solo.
La más profunda y maravillosa experiencia que puede tener un hombre es el sentido del misterio. Es el principio que yace bajo la religión, las artes y la ciencia. Aquel que nunca haya tenido esta experiencia me parece, si no muerto, al menos ciego. Sentir que detrás de cualquier cosa que se pueda experimentar existe algo que nuestra mente no puede abarcar y cuya belleza y sublimidad nos alcanza sólo indirectamente como un débil reflejo, esto es religiosidad. En este sentido sí soy religioso. Para mí es suficiente con maravillarme con estos secretos e intentar humildemente de hacer en mi mente una imagen de la elevada estructura de todo lo que existe.