Fibrosis Quística
En marzo de 2004, una niña llamada Patricia llega a mi consultorio acompañada por sus padres, con un diagnóstico de fibrosis quística. Me relataban que la niña, desde el primer año de vida, padecía de esta enfermedad. Para aclarar un poco el tema, me gustaría contarles que la fibrosis quística es una enfermedad que se caracteriza por la disfunción de las glándulas exócrinas del organismo: sudoríparas, bronquiales, hepáticas, salivales, pancreáticas e intestinales.
Patricia era la mayor de 4 hermanos y sufría desde su primer año, de infecciones pulmonares a repetición, con una diarrea con materia fecal color mostaza y sin forma, razón por la cual era internada varias veces al año. Era llamativo que la nena, durante las comidas, consumía 30 ó 40 pastillas de Ultrase MT20 (enzimas pancreáticas que estos pacientes necesitan para poder producir la digestión) sin ningún control, ya que los padres habían manifestado que el especialista había dicho que podía consumir las pastillas que necesitara, antes de la comida. No existía criterio en cuanto a la cantidad ya que el colega manifestaba que no tenían efectos adversos.
Durante la consulta observé que era una nena que temía estar sola, según relataban sus padres, presentaba un carácter suave, era mimosa, daba muchos besos y para dormirse necesitaba que la mamá la acompañase.
Se rescató de los deseos alimenticios, un fuerte consumo de manteca sola, sin pan ni galletitas.
Patricia tosía muy a menudo y vivía buscando el afecto de la gente que estuviera a su lado. Daba la sensación de una carencia importante en tal sentido.
El maestro Paschero siempre hablaba del síndrome mínimo de valor máximo, por lo cual tomé tres síntomas y la mediqué con anémona en bebida plus, diariamente. En verdad no sabía qué esperaba con este tratamiento ya que sabía que tenía delante de mí a una niña con una enfermedad genética, pero también el convencimiento íntimo que debía seguir adelante con el mismo.
Durante el primer mes hubo una buena evolución. Desapareció la tos y la niña no tuvo internaciones por infecciones. Mes tras mes, mejoraba su condición y lo que sí se vislumbraba era un fuerte aire de tristeza que la niña no había manifestado nunca, y a medida que nos acercábamos al quinto mes, un cuadro de agresión violenta hacia su madre y su padre que, a decir verdad, me tenía un poco desconcertado, pero la evolución clínica era tan positiva que me hacía pensar que debía continuar en el mismo rumbo.
Había logrado ordenar el consumo diario de las pastillas de enzimas pancreáticas, pasando de 30 ó 40 a 7 por comida. Todo iba muy bien hasta que un día la madre me llamó por teléfono para decirme que Patricia se pasaba agrediéndola todo el día y que ella ya no aguantaba más.
Un día, transcurriendo el séptimo mes de tratamiento, recibí el llamado del padre quien me relató que la mamá de Patricia había sido internada por una enfermedad de tipo inmunológica; por tal motivo, la iba a retirar a Patricia del tratamiento, ya que le era imposible continuarlo.
Todo esto me hizo pensar si la familia funcionaría como un sistema en el cual Patricia podía haber sido el emergente del mismo, porque era llamativo que cuando se produjo la mejoría de la nena, fue la madre quien se enfermó y el padre no quiso correr ningún riesgo.
Páncreas, etimológicamente hablando, significa “todo carne”. Para la Nueva Medicina, el páncreas es un órgano derivado de la hoja endodérmica, que nos habla de los conflictos heredo familiares. ¿Qué es lo que en la vía genética se había encarnado en Patricia? ¿Por qué el remedio homeopático había puesto en marcha en Patricia una mejoría tan importante que le permitía registrar sus propias emociones, mientras que en su mamá puso en marcha el “gen de la enfermedad familiar”? ¿Por qué había mejorado tanto Patricia y esto produjo una resignificación energética en el conflicto heredo familiar?
Seguramente el célebre médico homeópata francés, Didier Grand George, tenía razón, cuando insistía que en estos casos se debía medicar a los hijos y a los padres. Durante la consulta él medicaba a la mamá y al hijo, simultáneamente, porque consideraba que el tratamiento, de esta manera, podía llegar a tener una mejor respuesta, sobre todo en casos difíciles como el que relaté. Posiblemente, en mi caso, también hubiera sido necesario incorporar al padre. Hipótesis difícil de desentrañar ya que era, a mi entender, el verdadero portador del gen de Patricia y la única posibilidad de transformar el sistema.
Cinco años mas tarde recibo al grupo familiar con Patricia mas grande y desmejorada volviendo a solicitar ayuda con una mejor predisposición y le solicito un trabajo interdisciplinario ya que eso es lo que hago en la actualidad con este tipo de pacientes a lo que el grupo accede, siguen en tratamiento en la actualidad habiéndose producido muchos cambios en todos, inclusive en mi propia visión del tema.
La enseñanza nos deja en este correlato, que debemos tomar al portador de una enfermedad denominada genética como una totalidad implícita en otra más amplia, en donde se debe incorporar en el tratamiento a la familia y a los órdenes familiares.