El triunfo de lo sutil
En su primer número del mes de noviembre de 1997, la revista Noticias publica un artículo en donde extracta de la revista inglesa The Lancet, tal vez la más prestigiosa del mundo médico occidental, el artículo en donde reconoce de alguna manera que la homeopatía no funcionaría por efecto placebo como se suponía.
Este trabajo produce un cierto prurito en la considerada medicina oficial por la seriedad del estudio llevado a cabo por un equipo de especialistas alemanes y norteamericanos encabezados por Wayne Jonas, de la oficina de medicinas Alternativas del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos. En ese informe sé hacia referencia a un grupo de pacientes tratados por diferentes enfermedades en donde había dos grupos uno tratado con placebo y el otro tratado con medicamentos homeopáticos. Se parte de la premisa que si la homeopatía trabajará solo por sugestión, los resultados en uno y otro caso serian los mismos. Pero no fue así, ya que los tratados con medicamentos homeopáticos su curación fue 2,5 veces mayor a los tratados con placebo.
Dicho esto y lo que representa esta tan contundente investigación, es difícil de entender el enquistamiento de algunos médicos, que en lugar de incorporar otras modalidades de abordaje a nuestros pacientes que demuestran a diario el beneficio en tantas enfermedades como por ejemplo las crónicas, siguen sin poder pensar lo que es beneficioso para un paciente, quedándose con esa pseudodisputa entre la homeopatía o la alopatía, cuando sin darse cuenta los médicos, los pacientes que son los que sufren, ya desde hace mucho tiempo tomaron parte ellos mismos en buscar un camino que les permita operar por fuera de las antinomias.
Creo que los médicos deberíamos ser mucho más humildes, y en ese camino tratar de ver que es lo que puede ayudar a cada paciente, en este momento en donde en ciencia se habla de conceptos de tipo interdisciplinarios, y recordar las sabias palabras del Dr. Hahnemann en el Organon de la Medicina, “El único fin del médico es curar”.
No quisiera terminar este artículo sin recordar las palabras de Paracelso:
“Quién no conoce nada, no ama nada.
Quién no puede hacer nada, no comprende nada.
Quién nada comprende nada vale.
Pero quién comprende también ama, observa, ve...
Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa,
más grande es el amor...
Quién cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo
que las frutillas nada sabe acerca de las uvas”.