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Artículo 113

Pokémon Go

Hace unos días, luego de salir del cine, fui con unos amigos a tomar algo. Una de ellas me cuenta que un alumno le dice: “profe, no se mueva que al lado suyo tiene un Pokémon y lo tengo que cazar para poder seguir en el juego”.

Pensaba en cómo se fue dando el crecimiento de este juego, que se realiza desde el teléfono celular, interactuando con la realidad (lugares públicos, aulas, parques, etc). Esto nos hace pensar el recurso que tiene la tecnología, al utilizar la memoria emocional de quienes hace 30 años eran niños fascinados con los jueguitos animados japoneses, y ahora, el gran desafío del Pokémon Go les propone encontrar por medio de la geolocalización, las diferentes presas.

Pero el tema no es que uno juega con la tecnología como todos los jugadores piensan, sino que es ella la que está divirtiéndose con nosotros. En realidad no sabemos quién caza a quién, ya que mediante el juego no hacemos otra cosa que contribuir a enriquecer ciertos algoritmos matemáticos, que indican dónde y cuándo jugamos, o sea el lugar, el momento; cuántos somos, es decir casi un muestreo maravilloso de nuestra vida cotidiana. Este entretenimiento dejó de ser el jueguito del Nintendo de las décadas pasadas, en el que se entusiasmaba a los jóvenes, para ser hoy este modelo, el Pokémon Go, un medio interesante de marketing empresarial y gubernamental.

Posiblemente esto sea, como dice el filósofo Biuny-Chul Han, nacido en Corea del Sur, en su libro “La sociedad de la transparencia”: la exigencia de transparencia implica atentar contra la idea de confianza. Y la confianza entre dos personas solo puede existir cuando hay un misterio de por medio, uno no sabe sobre el otro por eso elige confiar aceptando que nunca va a tener información perfecta. Por el contrario, la idea de transparencia esconde un carácter totalitario, dado que exige a todos el deber de tener que mostrar todas las cartas, siempre. ¿Pasa esto en el Pokémon Go?. Por supuesto que no, ya que el único que muestra sus intenciones es el jugador.

Esta reflexión me llevó a pensar en otro orden de cosas que se presenta en el campo de la medicina, donde sucede algo similar y vuelve a repetirse este modelo. Es el de la entrevista médica, en donde el único que muestra todas las cartas es el paciente, pero tal vez es en el único lugar donde se justifique la falta de transparencia, ya que el médico, a la manera de un ilusionista, al esconder sus cartas, ejerce un poder con sus pacientes, para realizar ciertos pases que le permitan al paciente recobrar la salud.

Por supuesto que en el paciente hay un saber y un querer recobrar la salud, y hay pacientes que ingresan en este juego y les va bien. Pero hay otros, que al ingresar no les va tan bien. Ahí hay algo de no poder creer en esa entrega que indefectiblemente tiene que existir, o tal vez no poder entregar lo que el juego requiere, y en este caso, hablamos de los pacientes defectivos.

Hay algo más, que ocurre desde el lugar de los médicos, en los casos defectivos. Pero será tiempo de desplegarlo en otra partida de Pokémon Go.

Muchas gracias!

Dr. Sergio Rozenholc

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